Fuego y hielo by Erin Hunter

Fuego y hielo by Erin Hunter

autor:Erin Hunter [Hunter, Erin]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubyMas
publicado: 2002-12-31T16:00:00+00:00


15

Con precaución, Corazón de Fuego retrocedió hasta los helechos. El guerrero había dejado de olisquear el aire, pero seguía mirando alrededor.

Corazón de Fuego se volvió, todavía agazapado, y empezó a alejarse en silencio. Oyó un leve chapoteo a su espalda. Un gato se había metido en el río. Miró por encima del hombro, a través de los helechos, y vio una cabeza gris que nadaba en su dirección. ¡Corriente Plateada! ¿Adónde habrían ido los otros dos guerreros? Dio una vuelta sobre sí mismo, paladeando el aire con la boca abierta. Ni rastro de ellos. Debían de haberse marchado. Volvió a mirar a Corriente Plateada, que estaba cruzando el río decididamente. Durante un momento se preguntó si aquello sería una trampa, si debería salir corriendo, pero su preocupación por Látigo Gris lo hizo quedarse.

La atigrada gris saltó a la orilla y siseó quedamente:

—Corazón de Fuego, sé que estás ahí. ¡Puedo olerte! Tranquilo; Pedrizo y Zarpa Oscura se han ido.

El joven guerrero no se movió.

—Corazón de Fuego, yo no permitiría que le pasara nada al mejor amigo de Látigo Gris —insistió la gata con impaciencia—. ¡Créeme, por el amor del Clan Estelar!

El joven guerrero salió poco a poco de su escondrijo.

Corriente Plateada lo miró sin pestañear, sacudiendo la cola.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Estaba buscándote —susurró Corazón de Fuego, penosamente consciente de que se hallaba en territorio enemigo.

La gata agitó las orejas, alarmada.

—¿Látigo Gris se encuentra bien? ¿Ha empeorado su catarro?

A Corazón de Fuego lo irritó aquella reacción. No quería saber cuánto se preocupaba aquella gata por su mejor amigo.

—¡Látigo Gris está bien! —gruñó; la furia barrió toda cautela—. Pero ¡no lo estará si continúa viéndote!

A Corriente Plateada se le erizó el pelo.

—¡No permitiré que a Látigo Gris le suceda nada malo!

—Oh, ¿en serio? —se burló Corazón de Fuego—. Y ¿qué podrías hacer para protegerlo?

—Soy la hija del líder del clan.

—¿Acaso eso te da el poder de controlar a los guerreros de tu padre? ¡Si apenas has dejado de ser una aprendiza!

—¡Igual que tú! —bufó ella indignada.

—Sí, es cierto —admitió Corazón de Fuego—. Y por esa razón no estoy seguro de que puedas proteger a Látigo Gris de la ira de su propio clan… o del tuyo si descubren que os estáis viendo.

La bonita gata intentó fulminarlo con la mirada, pero los ojos se le empañaron de emoción.

—No puedo dejar de verlo —maulló. La voz se le convirtió en un susurro—. Lo amo.

—Pero ¡es que la tensión que existe entre nuestros clanes ya es bastante mala! —El joven estaba demasiado enfadado para sentir compasión—. Sabemos que el Clan del Río está cazando en nuestro territorio…

Los ojos de ella volvieron a brillar con desafío.

—¡Si el Clan del Trueno comprendiera el motivo, no les dolería lo que cazamos allí!

—¿Y cuál es?

—Mi clan pasa hambre. Nuestros cachorros lloran porque sus madres no tienen leche. Los viejos están muriendo por falta de presas decentes.

Corazón de Fuego la miró confundido.

—Pero tenéis el río —protestó.

Todos los gatos sabían que los del Río disfrutaban de las mejores capturas: peces del río, además de las presas que había en los campos y el bosque de su territorio.



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